Si en política no hay casualidades, en la guerra mediática menos.
El acicate de alto calibre que recibió y cimbró al panista, Enrique Vargas del Villar en primera plana de un periódico de circulación nacional llevó al obligado análisis, más que del contenido, del remitente.
No, no fue Morena; la 4T no tiene prisa, ni las formas ni los alcances, mucho menos el interés con un medio que ha sido de los más críticos y principales contrapesos del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador. Descartada esta vía.
Por eso resulta interesante hacer y responder algunas preguntas:
¿Quién ha reprochado o se ha negado a reconocer el avance de Enrique Vargas en la juerga de los aspirantes a la gubernatura del Estado de México?, el PRI. ¿A quién le incomoda que el panista vaya en ascenso en la mayoría de las encuestas -cuchareadas o no-?, al PRI.
¿Qué partido se vería más afectado si en realidad Enrique Vargas -no el PAN- demostrará que tiene más percepción entre el electorado que cualquier otro aspirante a la candidatura de la alianza ‘Va por México’? el PRI.
En el tricolor se curan en salud diciendo que ellos no fueron los que le dieron cuerda, impulsaron o filtraron la información para concretar el porrazo periodístico contra “su amigo” Vargas del Villar, en el que se exhibe la supuesta compra de una residencia en Cuajimalpa, CDMX, a precio de ganga y cuya vendedora habría sido una difunta.
Según los priistas hay un “pacto de respeto” entre partidos y actores políticos de la alianza PRI-PAN-PRD.
Pero la historia nos remite a varios episodios de guerra sucia en tiempos definitorios, donde precisamente esos supuestos acuerdos de paz y concordia son utilizados por el PRI para codear o desplazar a propios y extraños, lo mismo militantes que opositores. Los convenios “de no agresión” han sido el argumento perfecto para que el Revolucionario Institucional se sacuda cualquier sospecha.

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